A propósito de la Ley Integral de Salud Mental, cada vez existen mayores estadísticas y creencias sobre que el bienestar psicológico cada vez está mas lejos de la »sociedad» chilena. Muchos coincidían que el problema era el sistema, a pesar de que el presupuesto desde el 2022 hasta ahora 2024 ha incrementado 5 mil millones aproximadamente; pareciera ser que no es solo algo de dinero o de gestión pública.
Por otro lado, la carrera de psicología ya se consolida como una de las mas postuladas a nivel nacional desde hace años. Es decir, actualmente existe una sobreoferta de psicólogos en el país. En consecuencia, hay un exceso de competencia, diversificación, especialidades y valores variados. Incluso hay ofertas de sesiones gratis, valores diferenciados y otros beneficios que »facilitan» el acceso a la salud mental.

Podría suponerse entonces, que en pos de la crecida de psicólogos en el área clínica y el incremento del presupuesto público, la calidad de la salud mental tendería ir en subida. Sin embargo, sorprendentemente (o no tanto) se logra todo lo contrario, ¿qué sucede entonces?

No tengo idea. Sin embargo, es alarmante que rara vez, si es que alguna vez, las asociaciones o comunidades de psicología hayan hecho un examen crítico sobre su propio desempeño. Y en función de esta nula autocrítica, considero que ha llegado el momento de dejar de señalar únicamente a factores externos como responsables de la calidad de la salud mental en Chile y comenzar a cuestionarnos a nosotros mismos. ¿Estamos realmente cumpliendo con nuestro objetivo como profesión? ¿Por qué, a pesar del creciente número de psicólogos y del mayor acceso a la salud mental, la calidad de esta parece deteriorarse en lugar de mejorar? ¿Qué estamos dejando escapar?
Pienso que es imperativo iniciar una reflexión profunda y colectiva sobre cómo podemos mejorar y cumplir con el propósito fundamental de nuestra labor.
REFERENCIAS:
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